![]() |
||||
![]() |
![]() |
|
![]() |
![]() |
![]() |
||||
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
Ignacio Ondargáin NACIONALSOCIALISMO.
Historia y Mitos ESPARTA. Una nación
de guerreros. ESPARTA. Una nación de guerreros 1- El origen 2- Historia y Tradición
en Esparta 3- Vivir en Esparta “Pues
si fuera desolada la ciudad de los lacedemonios (espartanos), y sólo quedaran los templos y los cimientos de los edificios,
pienso que al cabo de mucho tiempo, los hombres del mañana tendrían muchas dudas respecto a que el poderío de los lacedemonios
correspondiera a su fama. (...) Dado que la ciudad no tiene templos ni edificios suntuosos y no está construida de forma conjunta,
sino formada por aldeas dispersas, a la manera antigua de Grecia, parecería muy inferior. Por el contrario, si les ocurriera
esto mismo a los atenienses, al mostrarse a los ojos de los hombres del mañana la apariencia de su ciudad conjeturarían que
la fuerza de Atenas era el doble de la real” (Tucídides, I, 10). 1- El origen Echamos un vistazo en este capítulo a Esparta, en la antigua Grecia, como ejemplo de colonización
y aportación de cultura aria y nórdica en Europa. Con esto pretendemos ilustrar, en la ronda del Eterno Retorno, la invasión
que la raza aria proveniente del norte ha efectuado sobre regiones meridionales en las diferentes etapas históricas. Aquí
vienen a mezclarse y confundirse mito, leyenda e historia, conformando un conjunto en el que los patrones raciales vienen
a definir de forma clara y precisa, en base a su naturaleza más profunda, su función y su destino. El esplendor de Esparta se mostraba en el valor de sus hombres. En el origen de Esparta hay una invasión de tribus dorias
(arios), hecho reflejado en la leyenda mítica “el
retorno de los Heráclitas”. Los dorios llegaron a las tierras de
Grecia en torno al 1100 a. C., constituyendo la última de las grandes oleadas de conquistadores indoeuropeos (arios) en la
Grecia prehistórica. Los invasores indoeuropeos antepasados de los antiguos griegos, viniendo del gran norte, penetraron
en la Hélade (Grecia) a comienzos del milenio –II, y al establecerse en territorio griego (donde vivían los grupos humanos
de las culturas neolíticas de Sesklo y Dimini, y de la cerámica barnizada y la cerámica “minia”) se dedicaron
a la agricultura. Fueron reforzados h. –1600 por nuevas oleadas de pueblos indoeuropeos que traían consigo el carro
de guerra y el gusto por el ámbar (mar Báltico), pero que desconocían el mar Mediterráneo (al que llamaron con el mismo nombre
que le daban las gentes que allí encontraron: Thalassa, o con denominaciones metonímicas como “póntos”, camino
y “pélagos”, planicie). Estos arios fueron, de un lado, los grupos raciales predorios o aqueos (llamados ahhiyawa por los hititas) del Peloponeso, constructores de las fortalezas de Tirinto y Micenas,
que hablaban el griego (recientemente interpretado) documentado en las tablillas micénicas escritas en el silabario lineal
B y que alcanzaron un elevado grado de civilización, y de otro lado los jonios
de la isla de Eubea y del Ática, del Egeo central y Asia Menor. Otros arios indoeuropeos permanecieron todavía en las zonas
montañosas del Epiro y la Grecia septentrional. Procedente de la región dálmato-albanesa,
y estrechamente emparentada con los ilirios (arios), una raza vigorosa y capaz
se estableció primero en las zonas montañosas del Ossa y el Olimpo, del Pindo y la Driópide, y después en la Dóride de la
Grecia Central. Esta raza aria conquistadora, que no es otra que la doria, pasó
después al Peloponeso donde crearía Esparta. 2- Historia y tradición en Esparta Los dorios espartanos lograron ampliar sus tierras dominando
violentamente a los pueblos vecinos y conquistando así las fértiles llanuras de Mesenia. De este modo el territorio de la
Esparta clásica, desde comienzos del siglo VII a C., abarcaba la mitad sur de la península del Peloponeso y, con sus 8.500
Km2, se convirtió, tras las guerras mesenias (siglos VIII-V a C.) en la polis (ciudad estado) griega de mayor extensión territorial. A Licurgo, un gran legislador tan histórico como mítico
de comienzos del siglo VII a C., se le atribuyen las líneas básicas de la constitución y la educación espartanas. Plutarco nos dice que Licurgo “proporcionó
a sus conciudadanos abundante tiempo libre; pues en modo alguno se les dejaba ocuparse en oficios manuales y, en cuanto a
la actividad comercial, que requiere una penosa dedicación y entrega, tampoco era precisa ninguna, ya que el dinero carecía por completo de interés y aprecio”. Más en su conjunto que en rasgos sueltos (que
se dan también en algunas ciudades dorias) esta configuración política y formativa del Estado espartano resulta singular:
combina formas de varios regímenes, de la monarquía, de la aristocracia y de la democracia popular y nacional, sobre el trasfondo
guerrero ya mencionado. Su gobierno conjugaba una monarquía doble (con 2 reyes, con funciones religiosas y militares); un
consejo de ancianos, la gerousía, de
claro matiz aristocrático; la apella o asamblea del pueblo (los espartíatas), y un consejo de cinco éforos, con poderes ejecutivos amplios. Sólo los homoioi o “iguales”, es decir, los
espartíatas de pleno derecho, educados
según las reglas de Licurgo y entrenados en el largo servicio de las armas, podían acceder a las magistraturas (si bien la
realeza era hereditaria y repartida entre dos familias regias) y disfrutar de los privilegios de la “igualdad”.
Los homoioi, hijos de padre y madre legítimos, recibían un lote de tierra y algunos
esclavos trabajadores o hilotas para trabajarlo, pues no practicaban trabajos serviles
ni comerciaban. Tan sólo se educaban en la gimnasia y en la música, y su servicio militar duraba hasta los sesenta años. La
“igualdad” era una condición política que servía para exigir una fidelidad total a la comunidad racial. El “buen gobierno”, la eunomía, característica de Esparta,
se fundamenta en la obediencia de todos a las leyes y la interiorización de una moral de honor (aidós y timé) que exigía una total entrega a la Patria e incluso aceptar
la muerte en defensa del bien común. El heroísmo espartano se enmarca en la táctica
hoplítica, es decir, en los combates bélicos decididos por ejércitos de hoplitas.
El hoplita era el combatiente de infantería pesada, que avanza en formación cerrada,
codo con codo con sus camaradas, en densas hileras de lanzas y escudos, al encuentro estrepitoso y frontal con sus enemigos.
Iba armado con casco, escudo y lanza, espada, coraza y grebas o canilleras. A diferencia del héroe homérico, el hoplita no se lanza en solitario a un duelo de jabalinas arrojadas, sino que empuja y resiste a pie firme el feroz
choque con los hoplitas contrarios. La táctica hoplítica
simboliza bien el espíritu combativo de los espartanos, que sobresalían por su marcialidad en este tipo de combate, que requería
tanto coraje como disciplina. Era una lucha que reclamaba el heroísmo colectivo y no el arrojo individual, una pelea donde había que resistir a pie firme y en la
que el escudo, que protege al camarada vecino, era un factor esencial. “Vuelve con el escudo o sobre el escudo”,
decían al despedir a sus hijos las severas madres espartanas –esto es: vuelve victorioso o muerto (pues los muertos
en combate eran transportados sobre sus escudos)–. Los hoplitas espartanos, de glorioso prestigio, supieron ser dignos de su fama y su Patria
en múltiples ocasiones. Frente al inmenso ejército persa, en las Termópilas (480
a C.) el rey Leónidas pereció ejemplarmente, al frente de sus trescientos espartíatas, peleando hasta el último hombre. Su heroica resistencia
permitió organizarse a los espartanos y coaligados para derrotar en la batalla de
Platea (479 a C.) a los incontables invasores persas. Al cabo de varios decenios de gloria, los espartanos sufrieron la
derrota de Leuctra (371 a. C.), ante las falanges y la caballería de los tebanos
acaudillados por Epaminondas. Esparta no recobraría nunca más su antiguo poder,
falta de hombres y sobrada de enemigos. Perduró la sombra de su grandeza pasada, aracaizante y orgullosa, hasta la conquista
romana en 146 a. C. 3- Vivir en Esparta A Licurgo se le considera el instaurador del singular sistema de educación que caracterizaba a los espartanos. A
diferencia de las otras polis griegas, allí la educación (agogé), corría a cargo
de la polis y era obligatoria y colectiva. Ya desde su nacimiento, los ancianos de la tribu paterna debían examinar al recién
nacido, que, si era muy enclenque o padecía graves defectos, debía ser arrojado por el precipicio del monte Taigetos. Sólo debían vivir los capaces de ser hoplitas dignos.
Hasta los siete años el niño era cuidado por su madre. Luego quedaría a cargo de la comunidad, que lo preparaba mediante la
agogé para convertirse en uno de los “iguales”. Los niños convivían
agrupados por edades bajo la dirección de un paidónomo,
y se les enseñaba a soportar todo tipo de penurias y a entrar en la adolescencia mediante una iniciación particular. Esta
consistía en una temporada de vida al margen de la comunidad, salvaje, la krypteía,
con duros ritos religiosos que ponían a prueba su capacidad de soportar y superar el dolor. Inclusive si estaban
casados, vivían con sus camaradas de armas de la misma edad hasta los treinta años. El entrenamiento de la agogé, la syssitia y las
actividades de la milicia y la guerra imponían una vida colectiva que no dejaba espacio para la divagación y las artes, pero
favorecía las diferentes formas de atletismo y gimnasia y la caza. La mujer espartana tenía mayor libertad que la ateniense
y participaba de los ejercicios gimnásticos. Rasgos del carácter lacedemonio eran
su respeto por los mayores y la afición a las frases breves y agudas. Concisión y agudeza eran propias del estilo lacónico. En este firme esquema
educativo no quedaba espacio para el egoísmo, la crítica “negativista” ni la divagación. Así, por ejemplo, según
refiere Plutarco en la “Vida de Licurgo”, “la educación se prolongaba hasta
la edad adulta. A nadie se le permitía vivir a su capricho, sino que en la ciudad, como en un campamento, observando un método
de vida ya establecido, entregados a los asuntos públicos, y, en suma, convencidos de que no se pertenecían a sí mismos, sino
a la Patria, pasaban el tiempo cuidando a los niños y enseñándoles cualquier cosa honesta, o aprendiendo ellos mismos de los
ancianos” (24, I) El buen orden social
y la unidad cívica quedaban garantizados, mientras la economía conseguía mantenerse al nivel fundamental de lo real. Tales
rasgos eran algo que un filósofo desengañado por la deriva demagógica ateniense, como Platón,
encontraba admirable y sugerente para planear en su Política el ideal de una República. |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
||||
![]() |
![]() |
|
![]() |
![]() |
![]() |
||||
![]() |
||||
![]() |
||||