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Ignacio Ondargáin NACIONALSOCIALISMO. Historia y Mitos CAPÍTULO VI (Texto revisado en diciembre de 2006) CUESTIÓN MÍSTICA Y RACIAL NACIONALSOCIALISTA 1- Los
precursores 2- La
teosofía 3- 4- 5- La
cuestión racial 6- El
problema judío 7- La
gnosis de los arios y el judío del Demiurgo 8- El
marxismo, la “rebelión de los esclavos” y la conspiración mundialista 9- El caso Einstein 10- Nietzsche. El profeta del
eterno retorno 11- Cristo y la redención de
la humanidad. La alquimia racial. 1- Los precursores A lo largo del
siglo XIX, en Occidente se produce un gran desarrollo científico. Hombres de ciencia y estudiosos realizan ensayos y trabajos
sobre las más diversas cuestiones, proponiendo en cada caso variadas teorías. Entre las materias de estudio, empieza a plantearse
la cuestión racial. Desde un punto de vista científico, se analizan las diferentes características de las razas humanas: su
fisionomía, su actitud espiritual o intelectual. Ya entonces, el poder financiero mundial trataba de imponer la idea de que
existiría una sola raza humana y de que las diferencias raciales serían meramente variedades físicas. Según esta teoría, las
diferentes razas serían únicamente resultado anecdótico de las adaptaciones del hombre al medio. En definitiva, tal y como
sucede hoy en día, este poder mundialista trataba de fundamentar el valor de las personas exclusivamente en su capacidad económica
o financiera. Frente a esta idea, hubieron quienes no dejaron de señalar que las características físicas peculiares de cada
raza se identifican con un ánimo concreto y hacen que las razas sean diversas en sus capacidades, sus cualidades, sus actitudes
y en sus logros, entre otros aspectos. De esta forma, al desarrollarse el estudio racial de la humanidad, reaparecerá toda
una visión del mundo ignorada. Uno
de los autores que revolucionaría con sus trabajos el mundo científico e intelectual de la época, sería Joseph Arthur Gobineau (1816-1882), conocido como el Conde de Gobineau.
Diplomático y escritor francés, en 1848 inició su carrera diplomática que desarrollaría en Persia, Grecia, Brasil y Suecia.
En 1855, acabó y publicó su monumental obra “Ensayo
sobre la desigualdad de las razas humanas”, la cual es considerada como precursora en el estudio racial de la
humanidad y en la que defiende la decisiva influencia de las razas en el desarrollo de las civilizaciones y de la historia.
Según Gobineau, la raza aria es la
raza ”pur sang” de la humanidad,
la mejor armada para la lucha por la existencia, la más bella, la más enérgica y la que mayor suma encierra de genio creador.
Pero afirma el autor francés que la raza aria ya no existiría en estado puro desde
hace unos dos mil años, debido a la bastardización que ha sufrido por la mezcla con las razas no arias. De esta manera, Gobineau afirma que la humanidad está condenada
a una gradual decadencia hasta el día en que se extinga total y definitivamente
por el agotamiento de la sangre aria, ya que según el autor del Ensayo, sólo en
las naciones con suficiente porcentaje de sangre aria, puede llegar a florecer
la civilización. Para demostrar esto, Gobineau centra su Ensayo en multitud de
ejemplos históricos, desde los antiguos imperios hasta las naciones civilizadas y tribus salvajes de su época. El Ensayo de
Gobineau, tuvo escasos partidarios en En
ese mismo periodo histórico anterior a 1914, hubieron otros muchos autores que con su obra contribuyeron a forjar las bases
sobre las que se fundamentaría la cosmovisión nacionalsocialista. Entre estos autores, tenemos a Arthur Schopenhauer, Vacher de Lapouge, Oswald Spengler, Houston Stewart Chamberlain, o el mismo Richard Wagner que citábamos antes. Wagner, amigo de Gobineau, resumió, tras haber leído el “Ensayo sobre Chamberlain, de noble familia
inglesa y escocesa, hijo de un Almirante de Toda esta cosmovisión racial tenía fuertes vínculos con cierta corriente esoterica: la religión
y la visión antigua del mundo, las desaparecidas civilizaciones, la visión mágica de los antiguos imperios perdidos. Desde
mediados del siglo XIX Europa y EEUU vivieron un enorme interés por el ocultismo. En todas partes se creaban fraternidades
de estudiosos del esoterismo, mientras la literatura que divulgaba esta temática experimentaba una difusión sin precedentes.
Como elemento subyacente en la cultura del siglo XIX y principios del XX este movimiento cultural se puede interpretar como
una reacción directa contra el desarrollo del capitalismo y su pragmatismo materialista que desacralizaban el mundo y relegaban
la especulación y la práctica espiritual a un lugar marginal. En Alemania, dicha reacción encontró en el antiguo paganismo
germánico una contestación a la dinámica de la revolución tecnoindustrial que provocaba el traslado masivo de la población
rural a las ciudades y la mecanización de la producción agraria. 2- La teosofía Cuando,
en el siglo XIX, la cultura ocultista abandona la clandestinidad, es promovida públicamente. Entre sus personajes más destacados,
encontramos a Madame Blavatsky (1831-1891), aristócrata rusa de origen germano,
cuyas concepciones, según algunos estudiosos, parecen haber influido en la elite cultural del NSDAP (Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes). Hacia
finales del siglo XIX muchos creían que la teosofía era capaz de dar una respuesta superior al problema espiritual del hombre.
Sus ideas se difundieron en todo el mundo, desde el Reino Unido a Las
ideas de Blavatsky se concretaron en ”La doctrina secreta” (1888), que ella veía en la base de todas las
antiguas culturas, particularmente en el egipcia. En 1879, con el cambio de la sede teosófica a Durante
esos mismos años se crearon en Alemania innumerables círculos intelectuales de seguidores del wotanismo solar, que sustentaban
ideas sobre el mismo terreno que las teosóficas y reivindicaban tradiciones germánicas. Estas ideas ocultistas llegaron finalmente
a conformar el nazismo a través de dos figuras de gran relieve –Guido von List
y Lanz von Liebenfels–, que son los pioneros de la corriente conocida
como ariosofía y a la que se suele identificar como una reelaboración nacionalista alemana de la teosofía. 3- Guido von List (1848-1919)
consigue reunir y agrupar las corrientes y fuerzas antes dispersas del esoterismo pangermánico. Nace en 1848 y desde joven
demuestra un especial interés por los antiguos dioses germánicos, sintiéndose fundamentalmente llamado por Wotán (=Odín), el Dios de los dioses. Como muchos jóvenes de su edad
ingresa en el movimiento wandervogel –promotor de un íntimo contacto entre
hombre y naturaleza a través de excursiones colectivas– y practica varios deportes en contacto con el medio natural. Esta
actividad le descubrirá los vínculos entre el hombre y la tierra y experimentará una gran fascinación por los bosques germanos
donde sus antepasados habían combatido. Tanto estas primeras experiencias como los ideales del movimiento wandervogel, quedarán impresos profundamente en su mente y le impulsarán a una indagación histórica para descubrir
los orígenes de la raza germana. En
1908 funda Sus
ideas se difundieron por las universidades de la época porque parecían estar
en completa armonía con los ideales völkisch –movimiento popular de signo
nacional y racial– de instauración de una nueva Alemania que englobara a todos los alemanes de Europa. La creación de
una élite oculta guiando a la nación es uno de los aspectos de la teología listiana que encontraremos luego en Heinrich Himmler y List creó un círculo de diez
personas que llamó Hoher Armanen-Orden
(Alto Orden Armánico) y los condujo por toda Alemania en una búsqueda de las huellas de Wotan
y de los lugares donde la manifestación de la auténtica sabiduría aria pudiera ser apreciada mediante la meditación y la fusión
con los elementos naturales. Se cuenta que él mismo entraba en trance tocando objetos o que captaba visiones de la antigüedad
aria enfocando la mente sobre un lugar. También las runas se integran en el pensamiento
de List, que las unió con otros símbolos ya mencionados como el triskel o la esvástica.
List los había hallado en las catedrales tardogóticas y advirtió que la mayoría
de los templos cristianos se erigían sobre construcciones paganas anteriores, señalando así los lugares donde se concentraba
la manifestación de una energía wotánica que sólo esperaba el momento oportuno para ser liberada. En su ideología las enseñanzas
teosóficas se funden estrechamente con las ariosóficas. En ambas hallamos la esvástica o cruz gamada, que para List era un signo del acto creador de Dios: una forma solar de energía que se originaba en un centro fijo proyectándose
en el espacio-tiempo. En
la cúpula de la asociación de List hallamos la presencia de una élite de iniciados.
Dicha jerarquía tenía asignada la tarea de guiar a la sociedad desde su centro oculto. El wotanismo listiano estaba concebido
por tanto en dos niveles, según el difundido sentimiento völkisch; como una unión
política (pangermanismo) de todos los pueblos de raza aria, con la consiguiente separación y expulsión de las razas no arias,
y como la creación de la ciencia oculta de los Armani,
quienes ejercerían como guías espirituales del nuevo Orden ario. La jerarquía de dicha élite aria se estructuraba en tres
grados: aprendiz, compañero y maestro de List organizó una auténtica
sociedad religiosa con el objetivo de especializar ulteriormente los grados de los adeptos. Después de los primeros siete
años de noviciado, en los cuales se leían sagas tradicionales como los Edda y
se recibían enseñanzas teosóficas elementales, los iniciados se trasladaban a otros centros armánicos con el fin de profundizar
en el conocimiento oculto, tras de lo cual se convertirían en maestros y eran puestos al corriente de “los últimos secretos
de Existe
un hecho diferencial definitivo entre la forma de entender el misticismo habitual y el concepto ariosófico. En el arianismo,
el término “místico” no implica una búsqueda de la fusión con Dios, como por ejemplo ocurre en las corrientes
mayoritarias dentro del judaísmo, cristianismo, islamismo o budismo, sino ”la autorrealización espiritual del individuo integrado a través de la regeneración personal y racial”,
en la convicción de que la sangre es el vehículo portador de un conocimiento secreto –esotérico– que la iniciación
debe despertar y hacer consciente. 4- La teozoología de Jorg Lanz Von Liebenfels Jörg Lanz Von Liebenfels,
el otro gran teórico de la ariosofía, nació en Viena en 1874. Después de una experiencia como monje cristiano de En
su ensayo “Teozoología, o la herencia
de los brutos sodomitas y el elektrón de los dioses” (1905), Liebenfels
indaga diversas teorías e ideas científicas de actualidad en su época para confirmar
sus teorías raciales. Ese mismo año publica un artículo titulado “Antropozoon bíblico” en el que defiende que en un origen, existieron dos humanidades absolutamente
diferenciadas y ajenas la una de la otra. Por una parte, encontramos a los “Hijos
de los dioses” (Teozoa) y por otra parte los “Hijos de los hombres”
(Antropozoa). Los primeros eran los arios, dotados de una espiritualidad pura;
las otras razas procedían de la evolución biológica de los animales. Así, Liebenfels
explicaba la “caída adámica” como la unión sexual de unos con otros.
A raíz de esta caída, la raza aria degeneraría en el mestizaje, perdiendo las facultades divinas, el orden superior y las
capacidades paranormales como la clarividencia o la telepatía, entre otras. El proceso de mezcla racial limitó estas cualidades
a unos pocos descendientes de arios, por lo que recuperar la pureza racial aria equivalía a recuperar el carácter espiritual
de los primeros arios. Según
Liebenfels, los primeros lemurianos –andróginos en un principio– se
desarrollaron en dos sexos y así atrajeron el castigo divino al engendrar monstruos con especies atractivas pero animales.
Así lo expuso en su “Teosofía y dioses
asirios” (1907): “Tomaron
animales hembras muy bellos pero descendientes de otros que no tenían ni alma ni inteligencia. Engendraron monstruos, demonios
malvados”. Liebenfels afirma que los atlantes se habían dividido en
especies puras y bestiales, correspondiéndose con los primeros antropoides las primeras y con los monos antropomórficos las
segundas: “El error fatal de los antropoides, la quinta raza raiz de los arios
–la homo sapiens– había sido mezclarse repetidamente con los descendientes de los monos”. En esta línea,
Goodrick-Clarke señala que “la consecuencia de estos pecados, posteriormente
institucionalizados como cultos satánicos, fue la creación de varias razas mixtas, que amenazaban la autoridad sagrada de
los arios”. El error original de los hombres-dioses, era similar al que encontramos en Génesis-6, cuando “los hijos de Dios bajan a la tierra y se aparean con las hijas de los hombres”. Su
interés por los últimos descubrimientos, como los rayos X, la radioactividad y las radioondas, le llevaron a Liebenfels a elaborar una “teología científica” en la
que los dioses representaban la forma más elevada de vida y eran poseedores de poderes especiales de recepción y transmisión
de señales eléctricas provenientes de los órganos situados en las glándulas pituitaria
y pineal, que posteriormente se habrían atrofiado. Esta regresión o involución, como hemos dicho, se derivaba de la unión
de los hombres-dioses con los hombres-bestias y el mestizaje. La
figura de Cristo fascinaba a Liebenfels,
quien lo veía como un puro exponente ario, e interpretando fragmentos apócrifos
llegó a afirmar que los poderes de los cuales estaba dotado provenían del “elektrón
divino”, una especie de fuerza electro-cósmica que también será conocida como vril.
El mensaje de salvación de Cristo lo interpretaba como un proyecto de purificación de la raza aria, que suponía la necesaria
destrucción de un mundo corrupto para restaurar La
revista fundada en 1905 por Lanz, Ostara
(nombre de la diosa germana de Ostara ofrecía una esperanza
de redención llevando a cabo una política que salvaguardara a la raza aria de
las razas subhumanas, lo cual supondría más tarde la base ideológica de la eugenesia
nacionalsocialista. En un párrafo de esta revista, Liebenfels afirma que: “los arios son la obra maestra de los dioses y están dotados de poderes sobrenaturales
y paranormales, emanados de “centros de energía” y “órganos eléctricos” que les confieren supremacía
absoluta sobre cualquier otra criatura”. En su teología, Lanz von Liebenfels
también utilizó la astrología y definió la historia de la humanidad como una ”guerra entre razas”, cuyo final escatológico era claramente evidente en sus horóscopos. Desde
los años En
1907, Lanz von Liebenfels fundó 5- La cuestión racial El
nuestro es un universo en el que todo está en continuo movimiento y transformación. Nada permanece estable ni inalterable
y todo en él avanza o retrocede, asciende o desciende, se fortalece o debilita... El hombre que contempla esta realidad puede
sentir el vértigo de un universo inabarcable y en el que el tiempo no se puede detener. Conocedores de la finitud de todas
las cosas sensibles, algunos hombres a lo largo del tiempo han tratado de encontrar un sentido a este eterno devenir. El transcurrir
del tiempo y de los acontecimientos, las más de las veces pueden parecernos carentes de sentido; es decir, no pareciera existir
un significado más allá de lo puramente anecdótico en lo que somos y en lo que hacemos. Tampoco pareciera haber un sentido
en la historia humana... Según
la programación moderna, el “hombre” sería básicamente un ser “igual”. Este postulado defiende que
todos nacemos “iguales” y que solamente las diferentes condiciones sociales y de ambiente llegarían a conformar
nuestra personalidad y nuestro ser. Es decir, según inculca el Poder Mundial actual, somos un mero fruto de la casualidad,
una anécdota cósmica carente de cualquier sentido más allá de la dinámica aparente de este mundo. Pero, muy al contrario,
podemos ver cómo todos nacemos diferentes unos de otros. Así, vemos cómo en una misma familia, con unos mismos padres y en
un mismo ambiente, los diferentes hermanos y hermanas, cada uno, tiene una personalidad propia, única e irrepetible. Además,
participamos de elementos cuya naturaleza y dinámica no son de este mundo. En
esta línea de tratar de hallar una definición a cada realidad, el concepto de “raza” nos está indicando un origen,
un linaje, una “especie” y nos señala un carácter hereditario representado por cierto número de individuos. Con
toda la diversidad marcada por los diferentes individuos que hemos dicho antes, la raza viene a señalar un carácter “colectivo”
marcado por un origen sanguíneo. De
esta forma, más allá de cada individuo, existiría una “colectividad” que vendría a marcar nuestra condición, nuestro
género y nuestro destino. El sentido de este “destino colectivo” es el que vendría a conformar una unidad dentro
del cuerpo de lo que viene a llamarse “humanidad”. De
los géneros humanos, por así llamarlos, que existirían dentro de la “humanidad”, la ariosofía entiende que existen
dos polos contrapuestos y antagónicos: por un lado el Ario y por el otro el judío. El Ario es el espíritu que hace
que el hombre se alce sobre la faz de la tierra, mientras que el judío es el virus
destructor que anida principalmente a cobijo de los elementos más débiles e insanos. Según
la ariosofía, la historia de la humanidad se entendería como una guerra entre razas. En esta guerra hallaríamos contrapuestos
y siempre enfrentados, dos principios antagónicos. 1- Por otra parte, hallamos las fuerzas
luminosas de la vida, el vigor, la salud y el orden vertical. Representadas por las razas celestes, o de la luz, que participan de la divinidad. 2- Por otra parte, hallaríamos las fuerzas
oscuras de la muerte, el cansancio, el vicio, la decadencia, la destrucción y el caos. Representadas por las razas nacidas de la tierra, del barro o telúricas. Las
civilizaciones, en tanto que creación del genio humano, estarían sujetas a la lucha y alternancia de estas fuerzas, de tal
forma que, al igual que lo hace individualmente cada persona, se moverían entre estos mismos principios: las fuerzas de la
vida (luminosas) y las fuerzas de la muerte (oscuras). Oscar Spengler (1880-1936),
decía que “¡según una ley interna cada pueblo y su cultura debe morir un día,
después de haber conocido su juventud y su madurez!. Igual que un árbol o un hombre van envejeciendo, luego, necesariamente,
mueren, de la misma manera un pueblo debe envejecer y desaparecer”. Frente
a esta visión pesimista de la historia, los nacionalsocialistas alemanes lucharían y harían todo lo posible por vencer la
decadencia, para lo cual elaboraron una política de higiene racial y social. El Cuaderno de “La vida exige la victoria constante
del fuerte y el sano sobre el débil y el enfermo. La sabiduría de la naturaleza ha dictado, en consecuencia, tres leyes fundamentales:
1.
Los vivos
deben siempre procrear en gran número. 2.
En la
lucha por la vida sólo sobrevive el más fuerte. La selección permanente de los fuertes elimina a los elementos débiles o de
poco valor. 3.
En el
conjunto del reino natural, las especies permanecen fieles a sí mismas. Una especie sólo frecuenta la suya. Los pueblos que han desaparecido en el curso de la historia son los que han perdido
la sabiduría y las leyes de la naturaleza. Las causas naturales responsables de su debilitamiento y su desaparición son, pues,
las siguientes: 1.
Falta
contra el deber de conservar la especie. 2.
Infracción
a la ley de la selección natural. 3.
Inobservancia
de la exigencia de mantener la pureza de la especie y de la sangre (mestizaje).” Esta
preocupación por la imparable degeneración de la raza, a todos los niveles y señalada ya a finales del siglo XIX, fue una
cuestión que entonces inquietaría a grandes sectores de la población en los países industrializados de Europa y USA. De este
modo, muchos expertos presentaron a la sociedad el problema y propusieron diversas medidas e ideas. En diversos estados y
países, como USA, ya antes del III Reich, llegarían a aplicarse leyes eugenésicas contra la procreación de enfermos crónicos,
débiles y criminales, así como contra el mestizaje. Adolf Hitler, en “Mi Lucha” (Volumen I, cap. 11. “La nacionalidad
y la raza”), analiza la función de la raza y de cómo, en su opinión, la decadencia de las civilizaciones sucede por
la pérdida de la integridad racial: “Todas las grandes culturas del pasado cayeron en la decadencia debido únicamente
a que la raza de la cual habían surgido envenenó su sangre. Es un intento ocioso querer discutir qué raza o razas fueron las depositarias de la
cultura humana y los verdaderos fundadores de todo aquello que entendemos bajo el término “Humanidad”. Pero sencillo
es aplicar esa pregunta al presente, y, aquí, la respuesta es fácil y clara. Lo que hoy se presenta ante nosotros en materia
de cultura humana, de resultados obtenidos en el terreno del arte, de la ciencia y de la técnica es casi exclusivamente obra
de la creación del ario. Es sobre tal hecho en el que debemos apoyar la conclusión
de haber sido éste el fundador exclusivo de una Humanidad superior, representando así “el prototipo” de aquello
que entendemos por “hombre”. El ario es el Prometeo de la humanidad,
y de su frente brotó, en todas las épocas, la centella del Genio, encendiendo siempre de nuevo aquel fuego del conocimiento
que iluminó la noche de los misterios, haciendo elevarse al hombre a una situación de superioridad sobre los demás seres terrestres.
Exclúyasele, y, tal vez después de pocos milenios descenderán una vez más las tinieblas sobre Si se dividiera Si a partir de hoy cesara toda la influencia aria sobre Japón –suponiendo la
hipótesis de que Europa y América alcanzaran una decadencia total– la ascensión actual de Japón en el terreno científico-técnico
todavía podría mantenerse algún tiempo. Dentro de pocos años, la fuente se secaría, sobreviviría la preponderancia del carácter
japonés y la cultura actual moriría, regresando al sueño profundo, del cual hace setenta años, fuera despertada bruscamente
por la ola de la civilización aria. Esto es porque, en tiempos remotos, también fue la influencia del espíritu ario la que
despertó a la cultura japonesa. (...) Se puede denominar una raza así depositaria, mas nunca, sin embargo, creadora de cultura.
Está probado que, cuando la cultura de un pueblo fue recibida, absorbida y asimilada de razas extranjeras, una vez retirada
la influencia exterior, aquella cae de nuevo en el mismo entorpecimiento. Un examen de los diferentes pueblos, desde tal punto de vista, confirma el hecho de
que, en los orígenes, casi no se habla de pueblos constructores, sino siempre,
por el contrario, de depositarios de una civilización. El proceso de su evolución representa siempre el siguiente cuadro: grupos arios, por lo general en proporción numérica verdaderamente pequeña, dominan pueblos extranjeros y gracias a las
especiales condiciones de vida del nuevo ambiente geográfico (fertilidad, clima, etc.), así como también favorecidos por el
gran número de elementos auxiliares de raza inferior disponibles para el trabajo, desarrollan la capacidad intelectual y organizadora
latente en ellos. En pocos milenios y hasta en siglos logran crear civilizaciones que llevan primordialmente el sello característico
de sus inspiradores y que están adaptadas a las ya mencionadas condiciones del suelo y de la vida de los autóctonos sometidos.
A la postre, empero, los conquistadores pecan contra el principio de la conservación
de la pureza de su sangre que habían respetado en un comienzo. Empiezan a mezclarse con los autóctonos y cierran con ello
el capítulo de su propia existencia. La caída por el pecado en el Paraíso tuvo como
consecuencia la expulsión. Después de un milenio, o más, se mantiene aún el último vestigio visible del antiguo pueblo
dominador en la coloración más clara de la piel, dejada por su sangre a la raza vencida y también en una civilización ya en
decadencia, que fuera creada por él, en un comienzo. De la misma manera que el verdadero conquistador espiritual desapareció en la sangre
de los vencidos, se perdió igualmente el combustible para la antorcha del progreso de la civilización humana. Así como el
color de la piel, debido a la sangre del antiguo Señor, todavía guardó como recuerdo
un ligero brillo, la noche de la vida espiritual también se halla suavemente iluminada por las creaciones de los primigenios
mensajeros de la luz. A pesar de toda la barbarie reiniciada, ellas aún continúan
allí, despertando en el espectador distraído la ilusión de un presente, que no es más que un espejismo del legendario ayer. De este breve esbozo sobre el desarrollo de las naciones depositarias de una civilización
se desprende también el cuadro de la vida y muerte de los propios arios, los verdaderos
fundadores de la cultura en esta tierra. (...) Como conquistador, el ario sometió
a los hombres de raza inferior y reguló la ocupación práctica de éstos bajo sus órdenes, conforme a su voluntad y de acuerdo
a sus fines. Mientras conducía de esta manera a los vencidos para su trabajo útil, aunque duro, el ario cuidaba no solamente de sus vidas, proporcionándoles tal vez una suerte mejor que la anterior, cuando gozaban
de la llamada “libertad”. Mientras el ario mantuvo sin contemplaciones
su posición de señor fue no sólo realmente el soberano, sino también el conservador
y propagador de la cultura, dado que ésta depende exclusivamente de la capacidad de los conquistadores y de su propia conservación.
En el momento en que los propios vencidos comenzaron a elevarse desde el punto de vista cultural, aproximándose también a
los señores, mediante el idioma, se derrumbó la vigorosa barrera entre el señor
y el siervo. El ario sacrificó la pureza de la sangre, perdiendo así el lugar en el
Paraíso que él había preparado. Sucumbió con la mezcla racial; perdió paulatinamente su capacidad creadora, hasta que
los señores comenzaron a parecerse más a los indígenas sometidos que a sus antepasados arios, y eso no sólo intelectual sino
también físicamente. Pudieron esos señores caídos en el mestizaje disfrutar todavía de los bienes ya existentes de la civilización,
pero luego sobrevino la paralización del progreso y el hombre se olvidó de su origen. Es de este modo como contemplamos la
ruina de las civilizaciones y reinos, que ceden el lugar a otras formaciones. La mezcla de sangre, y por consiguiente, la decadencia racial son las únicas causas
de la desaparición de las viejas culturas: pues los pueblos no mueren como consecuencia de guerras perdidas, sino por la anulación
de aquella fuerza de resistencia que sólo es propia de la sangre pura incontaminada. Todo lo que en el mundo no es buena raza, es cizaña. El antípoda del ario es el judío.
La aparente cultura que posee el judío no es más que el acervo cultural de otros
pueblos, corrompido ya en gran parte por las mismas manos judías. El judío no posee
fuerza alguna susceptible de construir una civilización y eso por el hecho de no poseer, ni nunca haber poseído, el menor
idealismo, sin el cual el hombre no puede evolucionar en un sentido superior. Ésta es la razón por la que su inteligencia
nunca construirá ninguna cosa; por el contrario, actuará sólo destruyendo. Cuanto
más, podrá dar un incentivo pasajero, llegando entonces a ser algo así como un prototipo de una “fuerza que, aun deseando
el mal, hace el bien”. No por él, sino a pesar de él, se va realizando de algún modo, el avance de El judío no es nómada, pues hasta el nómada tuvo ya una noción definida del concepto
“trabajo”, que habría podido servirle de base para una evolución ulterior, siempre que hubieran concurrido en
él las condiciones intelectuales necesarias. El idealismo como sentimiento fundamental, no cabe en el judío, ni siquiera enormemente
apagado; es por esto que, en todos sus aspectos, el nómada podrá parecer extraño a los pueblos arios, pero nunca desagradable.
Eso no sucede con el judío. Éste nunca
fue nómada y sí un parásito en el organismo nacional de otros pueblos, y si alguna vez abandonó su campo de actividad,
no fue por voluntad propia, sino como resultado de la expulsión que, de tiempo en tiempo, sufriera de aquellos pueblos de
cuya hospitalidad había abusado. “Propagarse” es una característica típica de todos los parásitos, y así es como
el judío busca siempre un nuevo campo de nutrición. Con el nomadismo eso nada tiene que ver, porque el judío no piensa en absoluto abandonar
una región por él ocupada, quedándose allí, fijándose y viviendo tan bien acomodado, que incluso la fuerza difícilmente logra
expulsarlo. Su expansión, a través de los países siempre nuevos, sólo se inicia cuando en ellos se dan las condiciones necesarias
para asegurarles la existencia, sin tener necesidad de cambiar de asentamiento como el nómada. El judío es y será siempre el parásito típico, un bicho, que, como un microbio nocivo, se propaga cada vez más, cuando
se encuentra en condiciones adecuadas. Su acción vital se parece a la de los parásitos de El judaísmo nunca fue una religión, sino un pueblo con unas características raciales
bien definidas. Para progresar tuvo que recurrir bien temprano a un medio para distraer la sospecha que pesaba sobre sus congéneres.
¿Qué medio más conveniente y más inofensivo que la adopción del concepto de “comunidad religiosa”? Pues bien,
aquí también todo es prestado o, mejor dicho, robado. La personalidad primitiva del judío, por su misma naturaleza, no puede
poseer organización religiosa, debido a la ausencia completa de un ideal y, por eso mismo, de la creencia en la vida futura.
Desde el punto de vista ario, es imposible imaginarse, de cualquier forma, una religión sin la convicción de vida después
de la muerte. En verdad, el Talmud tampoco es un libro de preparación para el otro mundo, pero sí para una vida presente dominante
y práctica”. La
lucha eterna entre las tendencias o fuerzas
luminosas y las fuerzas oscuras
recogida por la ariosofía y que, como vemos, adoptará en su cosmovisión Adolf Hitler
y el nacionalsocialismo, es una lucha a todos los niveles en todo el universo, en todas sus manifestaciones, que se reproduce
en cada ser humano, como parte e imagen del universo, y en el cuerpo de la misma “humanidad”. Gobineau en su “Ensayo sobre
la desigualdad de las razas humanas” (Capítulo: conclusión). dice que “un
pueblo tomado colectivamente y en sus diversas funciones, es un ser tan real como si se le viera condensado en un sólo cuerpo”.
Esto es, “como es arriba es abajo, como es abajo es arriba” (“El Kybalion”). La misma ley se repite en todo el universo,
en todas sus manifestaciones. En definitiva, vemos cómo en este universo, todo es sujeto y parte de esta eterna lucha entre
las fuerzas luminosas de la vida y las fuerzas oscuras de la muerte. Siguiendo con esta argumentación, podremos ver cómo el virus judío tratará de hacerse con el control de la humanidad,
pero su propia naturaleza vírica le hará imposible dominar el cuerpo sin, a su vez, destruirlo. Tal vez percibiendo esto,
el judío tratará de dominarle, como un vampiro que se aprovecha de la energía vital de su víctima. Puede ser que por un tiempo
consigan dominar este cuerpo enfermo y moribundo (que es la “civilización moderna”), pero finalmente el ciclo
se cerrará y todo ese edificio colapsará, derrumbándose. En el final, las razas de color de la tierra, esto es, las bacterias
de la putrefacción, ahora tan prolíficas devorarán el cadáver de lo que un día fuera una civilización. Una
vez hayan devorado el cadáver, arruinada la civilización, las razas telúricas, volverán a sus chozas, al caos terrestre del
que un día surgieran y del que su naturaleza forma parte. El virus judío, cumplida su función e infectar y destruir la civilización,
perderá la víctima de la cual succionaba su sustento de vida. Su razón de existir en tal caso, deberá darse por terminada. Adolf Hitler en “Mi Lucha” (Volumen I, capítulo 3) afirma con la seguridad de un vidente que: “Estudiando la influencia de el judío a
través de largos períodos de la historia humana, surgió en mi mente la inquietante duda de que quizás el destino, por causas
insondables, le reservara el triunfo final. ¿Se le adjudicará acaso ¿Poseemos nosotros realmente el derecho de luchar por nuestra propia existencia, o
tal vez esto mismo tiene tan sólo un fundamento subjetivo?. El Destino se encargó de darme la respuesta al penetrar en la doctrina marxista y estudiar
la actuación de el judío. La doctrina judía marxista niega el principio aristocrático de la naturaleza y coloca, en lugar del privilegio
eterno de la fuerza y del vigor del individuo, a la masa numérica y el peso muerto; niega así en el hombre el mérito individual
e impugna la importancia del Nacionalismo y Si el judío, con la ayuda del credo socialdemócrata,
o bien del marxismo, llegara a conquistar las naciones del mundo, su triunfo sería entonces la corona fúnebre de 6- El problema judío El judío lleva a la práctica su naturaleza sin tener piedad alguna con los no judíos y esta actitud ha calado muy hondo
en las naciones en las cuales ha venido a desarrollarse. No es únicamente en Occidente donde al judío se le ha atribuido la
reputación de usurero sin escrúpulos, sino que esta fama la ha ganado en todas las naciones en la que se ha instalado. El
libro de “Las mil y una noches”,
recoge, entre numerosos cuentos de diversas tradiciones del mundo islámico, la “Historia de Aladino y la lámpara maravillosa”. Aladino, un niño pobre
e inocente, habiendo encontrado una lámpara mágica, habíale pedido al genio de la lámpara comida para poder alimentarse él
y su madre viuda. El genio, siguiendo sus dictados, se lo había dispuesto en unos platos preciosos. Dice así este cuento: “Aladino y su madre tuvieron para dos días con los alimentos que les
había llevado el genio. Cuando se hubo terminado la comida, Aladino cogió uno de los platos que le había llevado el esclavo.
Era de oro puro, mas el muchacho no lo sabía. Se dirigió al mercado, y lo vio un judío
más malicioso que el diablo. El muchacho le ofreció el plato, y cuando el judío
lo hubo contemplado, se retiró con Aladino a un rincón para que nadie lo viera. Lo examinó bien y comprobó que era de
oro puro. Pero ignoraba si Aladino conocía o no su precio. Le preguntó: “¡Señor mío! ¿Por cuánto vendes el plato?”.
“Tú sabes lo que vale”, le contestó. El judío permaneció indeciso
sobre lo que había de dar a Aladino, ya que éste le había dado una respuesta de experto. De momento pensó en pagarle poco,
mas temió que el muchacho conociera el precio; luego pensó darle mucho, pero se dijo: “Tal vez sea un ignorante que
desconoce su valor”. Se sacó del bolsillo un dinar de oro y se lo entregó. Aladino se marchó corriendo en cuanto tuvo
el dinar en la mano, y el judío comprobó así que el muchacho desconocía el precio
del plato. Por esto se arrepintió de haberle dado un dinar de oro en vez de una moneda de sesenta céntimos. (...) Aladino, cada vez que se le terminaba el dinero, cogía uno de los platos y
se lo llevaba al judío, el cual los adquiría a un precio irrisorio. Habría querido
rebajar algo, pero como la primera vez le dio un dinar, temió que si le bajaba el precio se marchara el muchacho a venderlos
a otro, y él perdiera tan magnífica ganancia. (...) Cuando se acabaron los platos, nuevamente Aladino invocó al duende de la lámpara
y este le sirvió una mesa con doce magníficos platos con los guisos más exquisitos y cuando se les hubo terminado el alimento,
Aladino escondió debajo de su vestido uno de los platos y salió en busca del judío
para vendérselo. El destino quiso que pasara junto a la tienda de un orfebre, hombre de bien, pío y temeroso de Dios. Cuando el anciano orfebre vio a Aladino, le dijo: “Hijo mío, ¿qué es
lo que quieres?. Son ya muchas las veces que te veo pasar por aquí y tener tratos con ese
judío, al cual le das algo. Creo que ahora llevas algún objeto y vas en busca de vendérselo. ¿No sabes, hijo mío que procuran adquirir los bienes de los musulmanes, de los que creen en el único Dios (¡ensalzado
sea!), a precio regalado, y que siempre engañan a los creyentes?. En especial ese judío,
con el que tienes tratos y en cuyas manos has caído, es un bribón. Si posees algo, hijo mío y quieres venderlo, muéstramelo
sin temor pues te pagaré lo que Dios (¡ensalzado sea!) manda”. Aladino mostró el plato al jeque, y éste lo examinó,
lo pesó en la balanza y preguntó a Aladino: “¿Era como éste el que vendiste al judío?”.
“Sí, era exacto y de la misma forma”. “¿Cuánto te pagaba?”. “Un dinar”. “¡Ah!. ¡Maldito sea el que engaña a los siervos de Dios (¡Ensalzado
sea!)!”. Miró a Aladino y añadió: “Hijo mío, ese judío ladrón te ha
estafado y se ha burlado de ti ya que esto es de oro purísimo; lo he pesado, y he visto que vale sesenta dinares. Si quieres
aceptar su importe, tómalo”. El viejo orfebre contó los sesenta dinares, y Aladino los aceptó y le dio las gracias por
haberle descubierto el engaño del judío”. Pero, más allá de todo el marasmo de tergiversaciones y mentiras, ¿cómo llegó a ser y cuál es el substrato humano sobre
el que llegó a formarse?. En primer lugar, deberíamos de tener en cuenta que el judío es la encarnación
histórica y temporal de una corriente contrainiciática que existe desde el inicio de los tiempos. Antes veíamos cómo Hitler en “Mi Lucha” dice: “Pues bien, aquí también todo es
prestado o, mejor dicho, robado. La personalidad primitiva del judío, por su misma
naturaleza, no puede poseer organización religiosa, debido a la ausencia completa de un ideal y, por eso mismo, de la creencia
en la vida futura. Desde el punto de vista ario, es imposible imaginarse, de cualquier
forma, una religión sin la convicción de vida después de la muerte. En verdad, el Talmud tampoco es un libro de preparación
para el otro mundo, pero sí para una vida presente dominante y práctica”. El mundo moderno, es una proyección del
Demiurgo-Jehová, a través de su servidor: el judío. Este mundo virtual está poseído
por el materialismo y la ausencia del espíritu divino, porque esta es la naturaleza de su “Señor”. De hecho, es
la inversión absoluta de la divinidad. La contrainiciación se fundamentaría pues, básicamente, en la negación del ideal divino
y de la vida futura o atemporal. Debido a las circunstancias históricas sucedidas 150 años antes de Cristo, tras la destrucción de Cartago por Roma,
esta corriente contrainiciática decide la creación de el judío como estrategia
para hacerse con el poder mundial. Desde entonces, el judío habría mantenido su
sangre inalterada, esto es, habría practicado una endogamia visceral. En palabras de
Serrano, el judío “no sería una raza, sino una anti-raza”.
Serrano afirma que la creación del judío se llevó
acabo en “un Pacto de Magia Negra, posiblemente realizado en una “cohabitación
mental”. Cohabitación rabínica. Los rasgos animales de los judíos nos los señalan. Cualquier rostro de dirigente, especialmente
de los rabinos, muestran rasgos de un animal totémico. El pecado cometido es contra las leyes de las sagradas armonías, algo
que no puede borrarse.” (...) “Por ello el judío odia lo bello en la
naturaleza. Porque esta belleza es una nostalgia de Hiperbórea”. A lo largo del tiempo, el sacerdocio judío más “puro” habría mantenido su sangre inalterada.
Las diversas mezclas que habría tenido el “pueblo” judío con no-judíos, habrían sido siempre muy
medidas, teniendo como único fin asegurar su política y sus planes. Según Miguel Serrano,
serían una “cloaca racial”, esto es, una selección a la inversa, una
selección hacia el mal y hacia lo bajo. Algunos autores, afirman que el judío sería un ario degenerado o involucionado. Esta suposición está tomada, tal vez, de las referencias bíblicas a mitos arios,
pero ya hemos visto que la ariosofía entiende esas referencias no como una herencia sino como una usurpación practicada por
el judío con el único interés de desarrollar la contrainiciación y la inversión.
Hitler
dice que “el judío no es un nómada, sino
un parásito”. Y esto es fundamental al intentar comprender lo que el
judío es según la ariosofía, pues indica que el judío nunca fue un pueblo
nómada ni en el 100 antes de Cristo ni nunca jamás. Si observamos el proceder del judío,
nunca lo veremos actuar como un nómada, pues jamás en la historia ha ejercido el nomadismo, sino que, por el contrario, para
poder sobrevivir, siempre ha necesitado succionar la vitalidad de los pueblos. Su función sería hacerse con el poder de las
naciones actuando como un vampiro, para finalmente acabar destruyéndolas. Para ello se limitaría a desarrollarse y actuar
según su propia naturaleza, llevando a la práctica su política de usura, inversión de todo orden sano y estrangulamiento social
y económico de su víctima. Como hemos dicho, antes del siglo -II no hay respecto al judío ninguna mención histórica en ninguna parte. Los
judíos escribieron su “Antiguo Testamento”,
con “su historia”, pero es preciso insistir que ninguna crónica histórica de ninguna civilización menciona jamás
la existencia del judío ni los sucesos que ellos pretenden. No existen ruinas
ni restos escritos de su historia, como sí podemos encontrarlos de los hititas,
los sumerios, los egipcios, los asirios, los libios o cualquier pueblo de la región del Mediterráneo oriental. El conocido
como “muro de las lamentaciones” no es obra suya, ni resto de construcción judía alguna, sino ruina ciclópea de
una edificación antiquísima de una civilización perdida. Sus fantasías, o su voluntad de engaño, han situado en ese lugar
“el Templo”. Dato demoledor es que las crónicas egipcias jamás hablan de el
judío, cuando los egipcios se destacaban por dejar escrito todo hecho histórico.
De este modo, nos encontramos con que la historia de el judío sólo existe en el
“Antiguo Testamento”. Pero este fue inventado y escrito por judíos
hace unos dos mil años y nunca antes. Miguel Serrano en su libro “Nacionalsocialismo”
(capítulo I: la raza) afirma que “la misma Biblia no les pertenece, un documento
trunco, adulterado, expoliado. Como milagro, se preservan en el Génesis algunos recuerdos antediluvianos, que han logrado
sobrevivir a la falsificación. Los judíos conocieron retazos de este documento incompleto, luego llamado “Génesis”,
y se lo apropiaron tal como harían muchos siglos después con En un librito titulado “Manifiesto
de los Eternos al planeta tierra”, referente a la misma cuestión bíblica y su origen, se afirma que “...utilizan El Profesor Herman Wirth, fundador de Llegando al fondo del misterio, la ariosofía descubriría el horror de la conspiración ante la que nos enfrentamos.
Los judíos más “puros”, en su impureza, son quienes conforman el “Sanedrín Secreto de Israel”: engendros
de 7- La gnosis de los arios y el judío del Demiurgo En los siglos anteriores al inicio de nuestra Era las corrientes gnósticas se decantaron por la existencia de una guerra
cósmica entre Luz y Tinieblas, entre el Dios de Amor y el Demiurgo maligno que regiría el mundo de la materia. El judaísmo
habría venido a falsificar y vulgarizar lo que hasta entonces era una gnosis reservada a los iniciados, apropiándosela, adulterándola
e invirtiéndola, sirviendo así al Demiurgo de este mundo, su “dios”. En los primeros años del cristianismo, Lucifer era el título aplicado a Cristo (Portador de Luz). Más tarde, el catolicismo,
es decir el judeo-cristianismo, según los libros de Isaías y demás, declaró “maligno” a Lucifer, como enemigo
de Jehová. Una vez más, igual que hizo con todas las “historias” de su biblia, el judío se infiltraba en el conocimiento
espiritual ario para convertirlo en una historieta judía. Nos encontramos así con que el Cristo gnóstico portador de Luz,
Kristos-Lucifer, fue convertido en el Jesucristo judío de los cuatro evangelios “canónigos” del cristianismo oficial.
El Jesucristo católico nos presenta un Cristo judaizado, invertido, terrestrizado y convertido en un judío histórico, hijo
de Jehová y “descendiente de la casa de David”. Es la judaización del
“mito” de Lucifer, según el uso judío de apropiarse, invertir y, en definitiva, convertir en historietas judías
la tradición y el conocimiento ario. En el S XII, en el mediodía de Francia, la secta de los cátaros o “hombres puros”, recoge la tradición gnóstica que atribuye al hombre tres naturalezas: el cuerpo,
el alma y el espíritu. El cuerpo sería la residencia del alma y ésta es la morada del espíritu. Frente a A este respecto se refiere también la fundadora de Según la ariosofía, la sangre de origen divino provendría de los neters
(nephelin, dioses-hombres equivalentes a los annunakis
sumerios). Ellos son los antepasados de la raza aria pura, el verdadero Pueblo
Elegido y Divino. Este linaje divino, que el judío pretende destruir y usurpar,
hunde sus raíces entre otros, en la antigua Summer y en Egipto. Siguiendo su rastro podemos remontarnos al IV milenio a.C.
Nadie sabe el verdadero origen de las culturas sumeria y egipcia. Ambas estaban ya muy desarrolladas hace 6 mil años, pero
no existen documentos para reconstruir su evolución anterior. ¿Cómo fue que en esos tiempos remotos, tan próximos a la prehistoria,
habían logrado ya los asombrosos logros y la asombrosa sabiduría que prueban los restos arqueológicos?. Ellos serían los annunakis, es decir, “los que descendieron del cielo”, a quienes dichas civilizaciones atribuyeron el origen de su
ciencia y de la estirpe regia y divina. El judío,
tal y como lo conocemos hoy en día, habría tenido su origen y fundamento en “magos
negros” que inspirados por el Demonio Creador de este mundo y tras sellar un oscuro Pacto de sangre, crearon una
“contra-religión”. La identidad de esta divinidad está personalizada
en la figura de los Moloch, seres que exigen sangrientos sacrificios rituales y holocaustos. En definitiva, el culto a Jehová
es la unificación religiosa del culto a Moloch en la figura del Dios Uno. La historia pretendida por el judío no habría existido
en ninguna parte, y en ella, el judío pretendería que los textos de las tradiciones
antiguas se refirieran a él, “pueblo
elegido”, en sus historias, leyendas y conocimientos. Una total adulteración. La entidad con la que establecen
su “Pacto de sangre y racista”, será identificada como el “Demiurgo”.
A través del Pacto Satánico, El judío vendría a ser la proyección del Demiurgo
y deberá conservar la vibración de su sangre, no mezclándose con las naciones en que se instale, para mantener la comunicación
y comunión con “Él”. De esta forma podrá seguir siendo su servidor. Según Miguel
Serrano, el Demiurgo ha establecido en el judaísmo una “religión racista
de anti-raza”, “de modo que únicamente así la comunicación sea expedita
y se cumpla la promesa que hiciera al judío de entregarle el dominio del mundo, junto con la destrucción de los divinos arios, de los últimos nephelin”. Después de analizar todos estos datos, parecería poder afirmarse que tras esta vasta conspiración mundialista, no se
hallaría, como causa, tan sólo el caos, entendido como un caos fruto de la casualidad, la inercia de las cosas y el sin sentido.
Así, excluida la casualidad, podríamos apreciar que los hilos de este mundo estarían siendo movidos con un propósito inconfesable
y una intención maligna... 8- El marxismo, la “rebelión de los esclavos” y la conspiración mundialista Habiendo llegado hasta los más tenebrosos abismos del misterio, podemos comprender cómo la actitud y el proceder del
judío no es ni ha sido nunca la de un nómada, un trabajador ni un esclavo, sino la de un elemento parasitario y destructivo.
No obstante, sí habría fomentado siempre, entre otras estrategias, la “rebelión
de los esclavos”, con el único fin de hacerse con el poder y destruir las sociedades y civilizaciones en que se
instala. Vamos a ver el caso de las revoluciones marxistas y en general toda la política “igualitarista” del mundialismo
moderno. Ante todo, el judío necesitaría servirse de elementos no judíos para
impulsar sus planes de dominación, a la vez que de destrucción mundial. Esto no quiere decir que tenga el más mínimo aprecio
ni consideración por esos elementos no judíos: simplemente les consideran “tontos útiles” a su servicio. Ya hace
siglos, por ejemplo, el judío creó la masonería: un mero instrumento bajo su control.
Sirviéndose de la masonería, así como de otras organizaciones bajo su control directo, el judío penetra en los estamentos
sociales para ir carcomiendo la sociedad desde dentro. ¿Cómo consigue siempre penetrar y hacerse con el control de la sociedad?.
Mediante el poder del dinero que hace y deshace todo en este mundo y que, gracias a su labor milenaria, está totalmente en
posesión de los banqueros y usureros judíos. En este contexto, podemos entender la verdadera utilidad del marxismo: ser un elemento creado y utilizado por El judío Carlos Marx escribió sus obras londinenses por encargo de Nathan Rotschild (banquero judío cuyo apellido significa “protector o escudo de los rojos”). Los cheques
con que este banquero de En definitiva, el poder mundial utiliza el marxismo como una pieza más dentro del juego de estrategias de su plan de
dominio absoluto, su Nuevo Orden Mundial, sirviéndose de él según sus intereses, o abandonándolo cuando estima que ya ha cumplido
con el servicio para el que estaba destinado. La logia “B’Nai B’Rit”, que viene a significar
“Hijos de Los que dominan Drogas, música rock, pornografía, prostitución, política, economicismo, igualitarismo, democracia, desviacionismo sexual,
lesbianismo... el Nuevo Orden Mundial impondrá un “humanismo razonable” a nivel mundial. Este “humanismo”
niega el mundo del espíritu. Se trata de una doctrina que determina que las obligaciones éticas y morales del ser humano se
limitan exclusivamente a sus propias satisfacciones materiales y a sus interrelaciones, sin ninguna otra “cosa”,
sino la satisfacción de sus deseos y pasiones más básicas. Esta Nueva Era, está diseñando paulatinamente una sociedad cada
vez más controlada, a la vez que inculca en la masa la idea de que cada vez es más libre y “democrática”. En la cúspide del poder mundial, hallamos el poder efectivo. Recordamos a los Rockefeller
y –más importantes aún– los Rotschild, todos banqueros judíos.
En definitiva, un grupo de quinientos hombres, representantes de los grupos de poder más importantes del mundo actual, está
imponiendo a la humanidad su “Nuevo Orden Mundial”. El propósito que les guía es el mesianismo judío: servir al
Demiurgo en el templo de Jerusalén “reinstaurado”... según el plan detallado en la biblia judía. Como causante de toda esta conspiración, el judío intentaría ocultar sus movimientos por todos los medios, a la vez
que trataría de hacerse una imagen de “pueblo” víctima, simpático, inteligente y cabecilla del progreso humano.
Esto lo consigue costeando todo tipo de medios de propaganda, como televisión, cine, prensa, radio, educación escolar (“diario”
de Ana Frank entre otras innumerables lecturas obligadas a los estudiantes)... En toda la propaganda, siempre colocan como
cabecilla de todo a un judío para que se vea bien grande, como referente. 9- El caso Einstein Vamos
a analizar el caso Einstein como ejemplo actual de uso de manipulación de masas
sobre la población civil. Einstein es un judío nacido en territorio alemán y,
acorde al discurso del Sistema, una “víctima de la intolerancia antisemita”. La propaganda del Sistema Capitalista
le ha convertido en icono de la inteligencia, encumbrándole hasta el puesto más alto en el campo del desarrollo del progreso
científico humano. No
obstante, sobre esta cuestión hemos de hacer un par de puntualizaciones. En primer lugar, el enfoque de la ciencia actual,
una ciencia que hace tender al hombre hacia el vicio y la degeneración, nos lleva a tener en observación este “reconocimiento”.
En segundo lugar, y ciñéndonos a la personalidad y la labor de Einstein, observamos
que este no hizo más que vivir del conocimiento científico de su tiempo. Einstein vivió de plagiar
a sus “compañeros” científicos. Y es que el Sistema que domina el mundo y toda su propaganda, a la hora de atribuir
a Einstein sus “descubrimientos”, ha tenido en cuenta, exclusivamente,
su condición de judío. Veamos el caso de “su“ teoría de la relatividad.
La famosa ecuación E = mc2, atribuida oficialmente al judío en 1905, había sido
ya difundida dos años antes por Olimpo de Pretto, un empresario de Vicenza en la revista científica Atte en un informe sobre
la función del éter en la vida del Universo. Einstein fue informado del descubrimiento
por el propio empresario italiano. No obstante, mientras Olimpo de Pretto jamás recibió reconocimiento alguno, el judío recibió todos los honores habidos y por haber y el “agradecimiento
por el bien hecho a la humanidad” (sic). Autocomplaciente
y satisfecho de su mal gusto y de sus propias bromitas y tonterías, Einstein parecía
más bien un tipo ridículo, un payaso inofensivo. Pero tras esa “inocente” apariencia, se hallaba un ser capaz
de planificar los mayores y más masivos crímenes y genocidios que la historia actual ha conocido. Decidido
partidario de la utilización de armas de destrucción masiva sobre poblaciones europeas, finalmente consiguió su objetivo,
en parte, dando impulso definitivo al desarrollo del arma atómica y a su utilización contra las poblaciones civiles japonesas
de Hiroshima y Nagasaki. La
verdadera personalidad de este “genial” judío no responde a la imagen que la propaganda moderna pretende darnos
de él. De aspecto sucio, mirada huidiza, extraviada y burlona, se reía de todos sus admiradores, quienes, ignorantes, ejercían
el papel de bufones en el teatrillo ambulante de un cruel demonio. Desordenado, caótico,
carente de método y voluntad para cualquier obra creativa, se daba más a “inspiraciones”, generalmente plagios
de otros que se movían por el mundillo científico de la época. Mas este genio
judío sólo era firme en una cosa: llevar a cabo como desarrollo práctico de manifestación la plasmación de la mismísima esencia
del Mal sobre el mundo. Einstein, el mayor responsable
de la muerte de decenas y decenas de miles de personas en Hiroshima y Nagasaki, un crimen que intentó cometer contra la población
europea, pero que, a su pesar, no consiguió. Su
figura personaliza la esencia del mundo moderno y del Mal: por ello, el Sistema le ha recogido como icono. 10- Nietzsche.
El profeta del “Eterno Retorno” Vamos
a volver ahora a la cuestión, recogida en este caso por Nietzsche, referente al
tema de la raza pura y de la necesaria purificación racial. En sus estudios, el
filósofo alemán defiende que es la raza y no la moral la que determina las naciones o las personas y entiende que el judeo-cristianismo,
como el marxismo, actúa contra el principio aristocrático de la vida y en beneficio de lo inferior, lo degenerado y lo decadente;
es decir, en beneficio del mal. En
su libro “El Crepúsculo de los ídolos”,
Nietzsche hace un duro ataque contra el judeo-cristianismo, señalándolo como elemento
infectado y creado por el judaísmo. De esta forma critica cómo, por ejemplo, en En
1888 Nietzsche conoció el “Código de Manú” o “Ley de Manú”.
En parte todavía vigente, es el más antiguo de En
el “Crepúsculo de los ídolos” Nietzsche
señala y valora positivamente las leyes raciales de “Estas disposiciones son bastante instructivas: en ellas tenemos, por un lado,
la humanidad aria, totalmente pura, totalmente originaria, aprendemos que el concepto
“sangre pura” es la antítesis de un concepto banal. Por otra parte,
se hace claro cuál es el pueblo en el que el odio, el odio de los chandalas contra
esa “humanidad”, se ha perpetuado, dónde se ha convertido en “religión”, dónde se ha convertido en
“genio”... Desde este punto de vista los Evangelios son documento de primer rango; y lo es el “Libro de Enoch”. El cristianismo, brotado de la raíz judía y sólo comprensible como planta propia
de ese terreno, representa el “movimiento opuesto” a toda moral de cría, de la raza, del privilegio: es la “religión anti-aria par excellence”: el cristianismo, transvaloración de todos
los valores arios, victoria de los valores chandalas,
el evangelio predicado a los pobres, a los inferiores, rebelión completa de los pisoteados, miserables, malogrados, fracasados,
contra “la raza”, venganza inmortal de los chandalas disfrazada como “religión de amor”...” 11- Cristo y la redención de la humanidad: la alquimia racial En
opinión de List y Liebenfels, así
como de otros diversos autores como Lagarde y Langbehn, Cristo era un auténtico
ario, cuya sangre, derramada por No
obstante, como hemos visto anteriormente, gnósticos y cátaros afirman que Cristo es un ser espiritual y que nunca encarnó
en un cuerpo de carne de la creación de Jehová. Además, los evangelios canónigos no tienen fundamento alguno: no existe un
sólo documento histórico que hable de la existencia de Jesucristo ni que mencione una sola de las historietas escritas en
los evangelios. Esta falta de acreditación histórica no admite ningún tipo de justificación: la vida y la historia de innumerables
personajes, magos, místicos y demás está perfectamente documentada históricamente con todo tipo de documentos de la época.
Pero Jesucristo no existe para la historia porque no existió nunca más que en la invención judía de los evangelios “históricos”. La
ariosofía afirma que, para regenerar el mundo, es necesario recuperar la raza aria
original. Sólo así se podrá volver a El
hermetismo más esencial y la alquimia entienden que todo progreso en el desarrollo espiritual que realiza una persona en el
nivel personal, ha de estar necesariamente acompañado de una transformación física en el operante. De esto tratan las diferentes
vías iniciáticas, y esta transformación física es el resultado, entre otras cosas, de prácticas de ascesis (ejercicio, gimnasia),
endurecimiento, concentración, meditación, yoga, oración, visualización, purificación y demás. Gustav Meyrink en su libro “El
dominico blanco” (capipítulo IX: “Soledad”), dice que “el
secreto más profundo de todos los enigmas es la transformación alquímica de la forma.
El camino oculto al renacimiento en el espíritu, mencionado en Interesante
es recordar aquí los estudios del barón italiano Julius Évola, (1898-1973) quien,
en su libro “La raza del espíritu”
afirma que “en su aspecto más externo, una idea convertida en estado de ánimo
colectivo e ideal de una determinada civilización dará lugar a un tipo humano casi como con los rasgos de una verdadera y
propia “raza del cuerpo” nueva”. Esto es, según el autor italiano, la raza del cuerpo (la raza física),
vendría a ser el resultado del alma o mente-mentalidad, del individuo y de la nación en su conjunto, lo cual no niega, sino
que liga y confirma el fundamento de que la mente está determinada por la raza: “los
procesos en los que una idea, un estado de ánimo, da lugar a un tipo humano (raza),
son reales y son una extensión de lo que es positivamente hallable en los sujetos individuales”. Según
esta interesante exposición, la idea, la mente, da lugar a la forma, a la vez que la misma mente está determinada por la forma
en una relación de interdependencia y sincronía: “una idea convertida en estado
de ánimo colectivo e ideal de una determinada civilización dará lugar a un tipo humano casi como con los rasgos de una verdadera
y propia “raza del cuerpo” nueva”. Así
pues, Évola afirma que también en la cuestión de la raza y de la descendencia,
“son de particular importancia los ejemplos de la influencia del estado de ánimo
o de una determinada imagen de la madre sobre el hijo que ella dará a luz y que dejará en él sus rastros”. Es decir,
la idea de la madre, el “idealismo mágico” de la madre, es determinante en la “creación” de su propio
hijo. Continúa
Évola diciendo que “una idea, en
tanto actúe con suficiente intensidad y continuidad en un determinado clima histórico y en una determinada colectividad
(la materia prima “alquímica” sobre la que se actúa es la base racial, la raza existente), termina dando lugar a una “raza del alma” y, a través de
la persistencia de la acción, hace aparecer en las generaciones que inmediatamente le siguen un tipo físico común nuevo, a
ser considerado, desde un cierto punto de vista, como una raza nueva”. Cuando en este proceso
entran a formar parte los principios más profundos, pertenecientes al plano del espíritu, en el cual, en última instancia,
se encuentran las raíces determinantes y “eternas” de las razas verdaderas y originarias, la raza viene a asentarse
sobre un principio esencial e inmutable. Es
de tal forma como entiende Évola que la evocación espiritual establecería el contacto
con algo más originario que las meras razas elementales o naturales. Es decir, el tipo verdaderamente puro acabaría manifestándose finalmente por efecto de fuerzas suprabiológicas,
más allá de la simple biología. Según
esta idea, las razas malsanas degeneradas “subhumanas”, tendrían su gestación y desarrollo en el vicio y el desorden,
mientras que la pureza y la virtud serían la génesis y el motor de la raza aria pura. En
definitiva, el espíritu y no el elemento alma, es el que debería constituir el punto extremo y fundamental de referencia de
la jerarquía de los tres elementos del ser humano (cuerpo, alma, espíritu) y por ende también el verdadero principio informador
en cualquier civilización verdaderamente “en orden”. En
similar línea argumental, Lanz von Liebenfels afirma que “una regeneración físico-espiritual tendente a recuperar la naturaleza del ario,
permitiría volver a disponer de la naturaleza física y los órganos electro-espirituales atrofiados en la glándula pineal y
en la pituitaria”. Los ariósofos entienden que el Reino de Cristo de los mil años del “Apocalipsis” de san Juan, hace referencia al tiempo que una nación, sabia y saludablemente gobernada,
necesitaría para regenerar la raza. Adolf Hitler en “Mi Lucha” (Volumen II, capítulo 2: “el estado”)
viene a refirse a toda la cuestión que venimos tratando, poniendo especial énfasis en la cuestión de la “raza pura”.
La idea de re-creación (a través del proceso “alquímico” de purificación) de la raza aria está presente en este
texto de “Mi Lucha”, donde
expone la idea de crear colonias de raza pura que vendrán a ser el orgullo de toda la nación, hasta conseguir crear una raza
que portará en sí las cualidades primigenias perdidas. Podemos leer todo esto en palabras del mismo libro del Führer: “Si por ejemplo, en una determinada raza un individuo se cruza con otro de raza
inferior, el resultado inmediato es la baja del nivel racial y, después, el debilitamiento de los descendientes, en comparación
con los representantes de la raza pura. Prohibiéndose absolutamente nuevos cruzamientos
con la raza superior, los bastardos, cruzándose entre sí, o desaparecerían dada su poca resistencia o, con el correr de los
tiempos, a través de mezclas constantes, crearían un tipo en el cual nunca más se reconocería ninguna de las cualidades de
la raza pura. (...) En el correr de los tiempos, todos esos nuevos organismos raciales, como consecuencia
del rebajamiento del nivel de la raza y de la disminución de la fortaleza espiritual de ahí dimanante, no podrían salir victoriosos
en una lucha con una raza pura, incluso intelectualmente atrasada. (...) Los productos bastardos entran por sí mismos en un segundo plano a menos que, por el
número considerable por ellos alcanzado, la resistencia de los elementos raciales puros se hubiera vuelto imposible. El hombre que haya perdido sus instintos superiores, hasta que no reciba un correctivo
de Quien no quiera que la humanidad marche hacia esa situación, se debe hacer
a la idea de que la misión principal de los estados germánicos es cuidar de poner un dique a una progresiva mezcla de razas. La generación de nuestros conocidos abúlicos e ignorantes de hoy naturalmente gritará
y se quejará de la “ofensa a los más sagrados derechos humanos”. Sólo existe, sin embargo, un derecho sagrado y ese derecho es un deber para con lo
más sagrado, consistiendo en velar por la pureza racial. Por la defensa de la parte
más sana de la humanidad, se hace posible un perfeccionamiento mayor de la especie humana. Un Estado de concepción racista tendrá, en primer lugar, el deber de sacar al matrimonio
del plano de una perpetua degradación racial y consagrarlo como la institución destinada a crear seres a imagen del Señor y no monstruos, mitad hombre, mitad mono. Toda protesta contra esta tesis, fundándose en razones llamadas humanitarias,
es acorde con una época en la que, por un lado, se da a cualquier degenerado la posibilidad de multiplicarse, lo cual supone
imponer a sus descendientes y a los contemporáneos de estos indecibles sufrimientos, en tanto que, por el otro, se ofrece
en las droguerías (farmacias) y hasta en puestos de venta ambulantes, los medios destinados a evitar la concepción en la mujer,
aun tratándose de padres completamente sanos. Es deber del Estado Racista reparar los daños ocasionados en este orden. Tiene que
comenzar por hacer de la cuestión de la raza el punto central de la vida general;
tiene que velar por la conservación de su pureza y tiene también que consagrar
al niño como el bien más preciado de su pueblo. Está obligado a cuidar que sólo los individuos sanos tengan descendencia.
Debe inculcar que existe un oprobio único: engendrar estando enfermo o siendo defectuoso, y debe ser considerado un gran honor
el impedir que eso acontezca; pero en este caso hay una acción que dignifica: renunciar a la descendencia. Por el contrario,
deberá considerarse execrable el privar a la nación de niños sanos. El estado
tendrá que ser el garante de un futuro milenario, frente al cual nada significan el deseo y el egoísmo individuales. El estado
tiene que poner los más modernos recursos médicos al servicio de esta necesidad. Todo individuo notoriamente enfermo y efectivamente
tarado, y, como tal, susceptible de seguir transmitiendo por herencia sus defectos, debe ser declarado inapto para la procreación
y sometido a tratamiento esterilizante. Por otro lado, el estado tiene que velar porque la fecundidad de la mujer sana no
sufra restricciones como consecuencia de la pésima administración económica de un régimen de gobierno que ha convertido en
una maldición para los padres la dicha de tener una prole numerosa. Se debe liberar a la nación de esa indolente y criminal
indiferencia con que se trata a las familias numerosas y en lugar de eso ver en ellas la mayor felicidad para un pueblo. Las
atenciones de la nación deben ser más en favor de los niños que de los adultos. Aquél que física y mentalmente no es sano, no debe ni puede perpetuar sus males en
el cuerpo de un hijo. Enorme es el trabajo educativo que pesa sobre el estado racista en este orden, pero su obra aparecerá
un día como el hecho más grandioso que la más gloriosa de las guerras de ésta nuestra época burguesa. El estado, por medio
de la educación tiene que persuadir al individuo de que estar enfermo y ser físicamente
débil no constituye una afrenta, sino simplemente una desgracia digna de compasión;
pero que es un crimen, y por consiguiente, una afrenta, transmitir por propio egoísmo esa desgracia a seres inocentes. Por
el contrario, es una prueba de gran nobleza de sentimientos, del más admirable espíritu de la humanidad, que el enfermo renuncie
a tener hijos suyos y consagre su amor y su ternura a algún niño pobre, cuya salud le dé la esperanza de vivir y ser un miembro
de valor en una comunidad fuerte. En esa obra de educación el estado debe coronar sus esfuerzos tratando también el aspecto
intelectual. El estado deberá obrar prescindiendo de la comprensión o incomprensión, de la popularidad o impopularidad que
provoque su modo de proceder en este orden. Una prohibición, durante seis siglos, de
procreación de los degenerados físicos y mentales no sólo liberaría a la humanidad de esa inmensa desgracia sino que, además, produciría una situación de higiene y de salubridad que hoy parece casi imposible. Si se realiza con método
un plan de procreación de los más sanos, el resultado será la constitución de una
raza que portará en sí las cualidades primigenias perdidas, evitando de esta forma la degradación física e intelectual
del presente. Sólo después de haber tomado ese derrotero es cuando un pueblo y un gobierno conseguirán
una mejor raza y aumentarán su capacidad de procreación, permitiendo después a la colectividad gozar de todas las ventajas
de una raza sana, lo que constituye la mayor felicidad para una nación. Es preciso que el gobierno no deje al azar a los nuevos elementos incorporados a la
nación, sino, que por el contrario, los someta a determinadas reglas. Deben ser organizadas comisiones que tengan a su cargo
dar instrucciones a esos individuos, informes que obedezcan al criterio de pureza racial. Así se formarán colonias cuyos habitantes todos serán portadores de la sangre más pura y, al mismo tiempo, de gran capacidad.
Será el más preciado tesoro de la nación. Su progreso debe ser considerado con orgullo por todos, pues en ellos están
los gérmenes de un gran desarrollo nacional y de la propia humanidad. Apoyada en el estado, la ideología racista logrará a la postre el advenimiento de una
época mejor, en la cual los hombres se preocuparán menos de la selección de perros, caballos y gatos que de levantar el nivel racial del hombre mismo”. Después
de mucho buscar y profundizar en la cuestión, hemos podido llegar a entender que la ariosofía, es una emanación y recuperación
de los antiguos conocimientos y religiones iniciáticas y paganas. Cristo es, en
la ariosofía, un iniciado regio, equivalente del dios Wotan. En
esta línea, Nietzsche, como “profeta del Eterno Retorno”, se proclama
mensajero de la vida. Nietzsche nos enseña a sentir y a participar del entusiasmo
por todo lo que hace al hombre digno de vivir. Y de esta dignidad sólo participa el ser humano inteligente, despierto, sano,
fuerte, alegre, orgulloso y aristocrático. Con el recuerdo de los hiperbóreos y la divinidad perdida, escribe en “El Anticristo”: “Mirémonos
a la cara. Nosotros somos hiperbóreos, sabemos muy bien cuan aparte vivimos. Ni por tierra ni por agua encontrarás el camino que conduce a los hiperbóreos; ya
Píndaro supo esto de nosotros…”. “Más allá del norte, del hielo, del hoy, más allá de la muerte, aparte– ¡nuestra vida, nuestra felicidad! Ni por tierra ni por agua puedes encontrar el camino hacia nosotros los hiperbóreos: así lo vaticinó de nosotros una boca sabia” En
la contienda cósmica a la que hemos venido refiriéndonos, la ariosofía tiene por fin recrear al hombre ario: verdadero hijo
de los dioses. El ario, cuya sangre pura dio existencia a Hasta
entonces, permanecemos atentos a los signos que nos indican la evolución y el alcance final del proceso. |
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